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LA CRISIS DE UN ESTADO DE NACIONES

Foto del escritor: The PlusThe Plus

Actualizado: 16 ago 2020

Por: Diego Rafael Ruiz Jurado 


La ubicación geográfica del Líbano ha sido un privilegio y desventura a la vez, pues en muy pocos lugares del mundo ha podido confluir la historia europea occidental junto las visiones musulmanas más tradicionales dentro de una misma estructura política y poder mantenerse vigente para el siglo XXI como una sociedad multicultural, la cual, hoy en día sigue luchando por eliminar cualquier vestigio de la violencia generalizada desde el malestar postcolonial.


La Suiza de Oriente Próximo dejó de serlo hace muchos años. El país se desangró tras décadas de Guerra Civil y confrontaciones con sus vecinos derivadas de la imposición por parte de la comunidad internacional del Estado de Israel. Pero desde los Acuerdos de Taif (1989), la sociedad libanesa procuró formalizar su organización política de forma tal que cristianos y musulmanes en sus distintas ramas fueran representados en las instituciones de poder.


Con el fin de la Guerra Civil en 1990, el Líbano comenzó a convertirse en un “laboratorio de democratización” del mundo islámico (Corm, 2005, Abril), o tal vez de “occidentalización”; teniendo en cuenta que Francia, Estados Unidos y claramente, Israel, anhelaban la salida de las tropas sirias del territorio fronterizo e igualmente se esperaba que el Gobierno libanés pudiese controlar a Hezbollah y así quitarle el dominio de las zonas que colindan con Israel. 


Primer Ministro Libanés del 92 al 98 y del 2000 al 2004.

Sin embargo, tras el asesinato de Rafiqi Harir en 2005, reconocido como el  “reconstructor” del Líbano y un símbolo de unidad, el tejido social y político, la decadencia era evidente; fue el origen de la crisis de legitimidad de un sistema creado para salvaguardar la coexistencia de distintas culturas, lenguajes, y formas de valores.  


Actualmente, Hezbollah no puede suprimirse del tablero político libanés debido al respaldo popular e institucional (que no tenía antes de 2006), es decir, la presencia de un partido político con un brazo armado o una organización armada con facción política, ejerce presión sobre la estructura estatal que ya se encuentra bastante débil. 

En la última década, los índices macroeconómicos han estado por el suelo, el déficit de la balanza comercial y el desempleo han aumentado exponencialmente,  la crisis migratoria ha llevado al país a tener la mayor cantidad de refugiados per cápita en el mundo, la situación de seguridad se ha visto enormemente afectada por los atentados terroristas provenientes del fundamentalismo suní, y la fuga de cerebros es una situación inminente que refleja  la profundización de la crisis (RFI, 2020). Es por eso que muchos medios arguyen que la explosión del 4 de agosto llegó en el peor momento y fungió como el detonante de una sociedad carente de las garantías más básicas. 


Particular fue el testimonio de Sharif Haddad, un residente sunita  de Beirut quien en entrevista para el podcast Etzlil en Medio Oriente expone cómo las nuevas protestas son un simple reducto del disgusto generalizado derivado por la crisis económica que el país atraviesa en los últimos años debido al control cambiario, la desestabilización causada por la diáspora Siria, la inflación y el afán del parlamento por crear figuras tributarias improductivas. La renuncia de dos Primeros Ministros en menos de 12 meses lleva a concluir que la crisis no es de un gobierno en específico o de un partido, es de todo el sistema. 


El mismo sistema de distribución por cuotas religiosas en las instituciones del Estado que permitió una relativa convivencia estable entre los años 1943 y 1975, y 1989 a 2005 es el que ha llevado a Líbano a sumirse en la crisis que hoy afronta, pues los partidos tradicionales se atornillaron las dependencias que se le asigna cada grupo de representación, generando así un esquema clientelar muy difícil de modificar. Lo anterior, sumado a un Estado que no castiga a Hezbollah y excluye del sistema a las organizaciones civiles no confesionales, ha dado paso al disgusto popular, a la desesperación de saber que con renovar el Parlamento o el Gabinete Ministerial, bajo las reglas de juego actuales,  nada cambiará.


Los problemas sociales del Líbano; que trascienden del choque cultural, la búsqueda de armonía entre los diferentes sistemas de valores y la intimidación de sus vecinos, difícilmente dejarán de existir,  pero lo anterior no significa que los libaneses no puedan consolidarse como una sociedad multiétnica, pues el tiempo ha permitido el reconocimiento mutuo, es por eso que no es necesario afirmar que estemos frente a un Estado fallido, pues el líbano siempre estará ahí, no desaparecerá; más bien nos encontramos ante la crisis de un sistema político que requiere ser transformado desde su médula.

Manifestante sostiene una bandera libanesa mientras bloquean una carretera en la ciudad de Jal el-Dib, al norte de Beirut (AP)
Manifestante en el norte de Beirut (AP) (Noviembre, 2019)

Hoy, el ciudadano libanés, ese que es nieto de quien sufrió la fragmentación del Imperio Turco Otomano, cuyos padres vieron cómo su capital se destruía y dividía en dos porque los pueblos que cohabitan dejaron de tolerarse por motivaciones foráneas, está hundido en una tremenda frustración. Reformar la estructura que mantuvo a Líbano de pie, mitigó el conflicto etnico y que permitió vislumbrar a comienzos de este siglo un epicentro de negocios, empatía y turismo  cultural  en medio de una región tan golpeada, como lo es Oriente Próximo, representa un tremendo reto; en resumidas cuentas, exige el fin del modelo pluriconfesional y nepotista  para  la instalar un gobierno civil. Sin embargo, las alteraciones demográficas, la presión de Siria y la fuerza de Hezbollah limita cualquier opción  de cambio, pues aquello implica reabrir heridas del pasado y la reaparición de los antagonismos culturales.

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SOBRE EL AUTOR:

Diego Rafael Ruiz Jurado

Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos

En proceso de obtención del  título de Abogado

Universidad Militar Nueva Granada


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