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EL CENTENARIO DEL PODER DE LAS MUJERES

Foto del escritor: The PlusThe Plus

Actualizado: 12 feb 2021

Por: Gabriela Forero Amézquita*


Gabriela Forero Amézquita

En agosto 18 de 1920, las mujeres estadounidenses ejercieron por primera vez el derecho al voto en la elección en medio de un ambiente electoral tenso que tenía miedo de la fuerza que pudiesen representar las mujeres e incluso que se instaurara una “jerarquía de faldas” que removiera a las hombres del poder. Hoy, cien años después, a pesar de no tener representación paritaria en todos las ramas del poder, las mujeres son la fuerza electoral más grande de los Estados Unidos y su voto pudo haber marcado la diferencia entre ganadores y perdedores de la elección presidencial.

Esto no ha sido siempre así. En las primeras elecciones presidenciales, a pesar de tener mayor asistencia a las urnas que los hombres, la brecha de género en las decisiones electorales era mínima. Las mujeres tendían a votar según la tendencia política que tuviera su padre o esposo. Pasaron casi sesenta años, hasta 1980, para que existiera por primera vez una diferencia significativa entre la orientación política de votantes hombres y votantes mujeres de ocho puntos porcentuales. Entre los hombres fue más popular Ronald Reagan, que tenía fuertes posturas antiaborto y entre las mujeres el demócrata Jimmy Carter, demostrando así que el movimiento de emancipación de las mujeres empezaba a tomar fuerza también a la hora de votar.

Esto no significa que las mujeres voten en bloque o que tengan una posición política similar; de hecho, es complejo analizar el comportamiento electoral de las mujeres como grupo demográfico, incluso en un país con un registro estadístico de las elecciones tan amplio como el que maneja Estados Unidos. Haré entonces el esfuerzo de adentrarme un poco en los datos que tenemos e intentar descifrar por qué el voto de la mujer fue crucial y jugó un papel aún más importante en las pasadas elecciones presidenciales que dieron como presidente electo a Joe Biden.

En las elecciones de 2016, Hillary Clinton hizo un llamado a las mujeres a imaginarse una mujer presidente de los Estados Unidos y a pesar de su derrota en el colegio electoral el triunfo que tuvo entre las mujeres fue arrollador. La brecha que se generó en los votantes con razón de su sexo fue del 11%, un número nunca visto en elecciones estadounidenses y aún así, no podemos afirmar que fue un voto unificado, para esas elecciones las mujeres conservadoras blancas, especialmente aquellas que vivían en los suburbios, se decantaron por Donald Trump. Y estas mismas mujeres, blancas, conservadoras y habitantes de suburbios jugaron un papel determinante en estas elecciones.

Durante los cuatro años de presidencia de Trump millones de personas que habían votado por la irreverencia y el aparente independentismo republicano que decía representar, se desmarcaron del “trumpismo” y las mujeres fueron mayoritarias en este giro político. Esto fue evidente cuando en las elecciones de medio mandato en 2018 (en las que se eligieron los 435 asientos de la Cámara de Representantes y 35 de las 100 vacantes del Senado) las mujeres blancas que habitan los suburbios votaron demócrata en un 50% y un aplastante 93% en las mujeres negras.

Y estas mismas mujeres, mujeres de los suburbios blancos y mujeres negras y racializadas, las que marcaron la diferencia en estas elecciones. Hay dos ejemplos claros, el primero del giro demócrata de las mujeres que viven en los suburbios como es el caso de las mujeres en Arizona que según proyecciones del New York Times votaron hasta en un 18% más por Biden que por Trump. Y tal y como lo documentó Associated Press en octubre, las mujeres de los suburbios vivieron con Trump cuatro años de frustración y enojo que han impulsado el activismo político, a la par de movimientos como Me Too y la representación política de mujeres demócratas como Alexandria Ocasio Cortés y Nancy Pelosi.

En su campaña de 2016 se dieron las primeras acusaciones mayores de abuso y acoso sexual de Donald J. Trump y de la forma objetivizada y patronizadora en que parte de la fortuna de Trump se había construido volviendo mediático el cuerpo de la mujeres a través de miss universo. Su opinión sobre las mujeres no normadas era denigrante y deshumanizadora y poca campaña se hizo para ganan un espectro de voto femenino. En 2020 las cosas fueron distintas, el partido republicano necesitaba recuperar esas votantes republicanas que se habían alejado del partido y que ahora, un poco en el limbo, se inclinaron a votar demócrata. Campañas como “real women vote for Trump” se enfocaron en atraer a las mujeres blancas, personas racializadas y comunidad LGTBI republicanas a volver a la base del partido y a la creencia de enemigo común y de esperanza de una “mejor américa”. Aún así, no fue un sector que aportara los votos suficientes para lograr que Trump se quedara en la oficina oval.

El segundo ejemplo, es la lucha de mujeres como Stacey Abrams por registrar votantes racializados e impulsar los votos de la minoría, que en el caso de las mujeres negras tienen una fuerte tendencia hacia el partido demócrata. Abrams fue candidata a las elecciones gubernamentales en Georgia en 2018 y al perder la elección por 50 mil votos y darse cuenta de las estrategias existentes para prevenir que grupos minoritarios y racializados votaran se dio a la tarea de recorrer el Estado logrando al rededor 800,000 votantes registrados. Esto es una muestra a gran escala del poder de los liderazgos políticos femeninos que impactan fuertemente los resultados electorales.

Las mujeres tienen identidades e intereses más allá del género que dan forma a sus elecciones, pero son una fuerza electoral con más fuerza que nunca y poco a poco no solo las políticas deben tener un enfoque de género sino abrir espacios a liderazgos políticos de mujeres que defiendan estos intereses y protejan los derechos de las mujeres que todos los días se encuentran en la cuerda floja.

El centenario del voto femenino en Estados Unidos sin duda no pudo caer en un momento de mayor tensión en la historia electoral moderna y nos recuerda la importancia del 52% de la población, que cada uno de sus votos cuenta y que vemos el acoso, el maltrato, los escándalos, los malos tratos, las humillaciones y el trato deshumanizante de la clase política y lo rechazamos y exigimos cambios.

Sin duda no celebramos el triunfo de Biden, sino que Trump no haya tenido otro periodo y serán cuatro años de activismo político, de mujeres líderes y de búsqueda de paridad, equidad y emancipación.


*Gabriela Forero Amezquitá es administradora de empresas y politóloga egresada de la Universidad de La Sabana. Es la fundadora directora creativa del medio feminista La Oficina y actualmente trabaja en asuntos de género, humanitarios y de logística. 


Su perfil de LinkedIn lo pueden consultar aquí.


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